UN ÉXITO DE AUDIENCIA

Juan Antonio Anta

Antes del suceso que cambió bruscamente mi vida he de confesar que yo no veía mucho la televisión. Bien es cierto que poseía un buen televisor en casa, y que muchas veces experimenté el placer indescriptible, casi diabólico, de aposentarme en el sillón después de un día de intenso trabajo, apoyar las piernas sobre una silla, y agarrar el mando a distancia como un amuleto, para con él ver desfilar frente a mí caras, cuerpos y paisajes a mi elección. Sin embargo, y aunque parezca mentira, no me gustaba ver la televisión. En mi opinión el acto de ver la ``tele'' era una imperdonable pérdida de tiempo, resultaba demasiado cómodo y no aportaba nada, y hasta podía decir, aunque ahora pueda resultar difícil de creer, que era simplemente aburrido. Sí, aburrido. Por ello raras veces encendía el televisor, y todo un mundo de imágenes permaneció ajeno a mí hasta que, de una manera que no se puede explicar salvo por la inexplicable perversión del destino, aconteció algo que ya es por muchos conocido, pero sobre lo cual nunca hasta ahora me he decidido a plasmarlo en un escrito.

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Todo ocurrió rápida y sorpresivamente. Como una llamada de teléfono a las siete de la tarde de un día laborable.

- Buenas tardes. ¿El señor Jose Luis Martínez?

- Sí, soy yo.

- Ah, estupendo. Soy Carmen Guerrero, directora del programa ``Las cosas de la vida''. Queremos hacerle una entrevista en su domicilio.

- Sí, pero ¿a cuenta de qué?

- Usted es o era vecino de Felicitación González, ¿no?

- Si, creo que sé a quien se refiere.

- Bien, ahora vamos para allá. Es el número ocho de la calle, ¿me equivoco?

- Si, digo no, pero...

- Hasta ahora.

Ella colgó y el teléfono quedó en mi mano dando el tono. Casi no me había dado tiempo a decir nada. Cuando ya estaba empezando a olvidarme de la tal Carmen Guerrero llamaron al telefonillo.

- Buenas, somos los de la tele, ¿nos abre?

- Sí, bueno, ¡qué rapidez!

Nada más abrir el portal escuché la escalera llenarse de voces y golpes. En pocos segundos cinco operadores de televisión cargados con cajas negras y trípodes se presentaron ante mi puerta. No había de momento rastro de ninguna presentadora. Apenas susurré un ``pasen'' penetraron en mi casa como un ejército de ocupación.

- ¿Dónde está el salón?

- Al fondo del pasillo.

- ¿Hay balcones?

- Sí, dos.

- ¿el servicio?

- Por aquí.

- Gracias.

En pocos minutos tenía mi salón-comedor convertido en un auténtico plató de televisión. Cuatro gigantescos focos estaban en las esquinas. Y dos cámaras se encontraban colocadas una casi frente a la otra. Los muebles estaban cambiados de sitio y los que no cabían los pusieron en el pasillo unos encima de otros. Nada más terminar y con una sincronía asombrosa llamaron a la puerta.

- Hola, una vecina nos ha abierto el portal. Soy Carmen Guerrero.

Era una mujer resuelta, de labios pintados y sonrisa brillante. Venía con otra mujer con aspecto de maquilladora. Después de cogerme la mano y movérmela arriba y abajo a modo de saludo pasó hacia el salón como una marquesa. No la debió gustar la disposición de los muebles porque rápidamente los volvieron a cambiar de sitio. Contemplé asustado los módulos del sofá y las sillas volar de un lado a otro a hombros de los operarios mientras la directora del programa daba ins\-trucciones. Por fortuna al final se alcanzó el equilibrio y los muebles permanecieron inmóviles.

La que parecía maquilladora me miró con disgusto y ordenó que me sentase. Sin perder un instante comenzó a llenarme las mejillas de polvos y potingues diversos.

- ¡No pongas esa cara que vas a salir en la tele! - dijo mientras yo cerraba los ojos. Cuando los abrí Carmen Guerrero se encontraba sentada delante de mí con una carpeta en la mano.

- Bueno, tenemos diez minutos antes de salir en antena - dijo. Asombrado me pregunté que habría pasado si yo no hubiese estado en casa. - Vamos a hacerte unas preguntas sobre la señora que se ha suicidado en esta finca.

- De acuerdo, pero le advierto que apenas la conocía.

- No importa. ¿Qué estudias?

- No estudio, trabajo.

- ¿Dónde trabajas?

- En un laboratorio. Hacemos espectroscopía láser y dispersión de luz dinámica.

Con un sonido gutural simuló haberse enterado. Mirando a sus papeles continuó.

- ¿Vives sólo?

- Ahora sí.

- ¿Tienes novia?

- Cortamos hace dos meses.

De nuevo volvió a reproducir ese sonido gutural mezcla de atención y desinterés y desvió su mirada hacia uno de los cámaras. Empezó a dar instrucciones a diestro y siniestro. Un chico empujó un monitor sobre ruedas y lo situó a mitad de camino entre donde ella y yo nos sentábamos. Con grandes letras apareció el título del programa en la pantalla y se escuchó una sintonía insulsa. Carmen Guerrero cruzó sus piernas y miró a la cámara con una sonrisa. Yo me incorporé expectante.

- Buenas noches y bienvenidos una semana más a ``Las cosas de la vida''. Hoy tratamos el caso de Felicitación González, una anciana afable y pacífica que hace unos días fue encontrada muerta en su propia cocina, con la goma de la bombona de gas introducida en la boca. La investigación policial ha determinado que se trataba de un suicidio. Vivía sola y apenas tenía familia. En estos momentos nos encontramos en el domicilio de Jose Luis Martínez, vecino de Felicitación y antiguo conocido suyo. Jose Luis fabrica armas láser y vive también solo, su novia lo ha abandonado hace dos meses.

Yo la miré atónito. Con un estudiado movimiento se dirigió hacia mí.

- Jose Luis, buenas noches. Dínos desde cuando conocías a Felicitación.

- ¿Perdón?

- Sí, Jose Luis, por favor, cuéntanos desde cuando conocías a Felicitación González.

- Bueno, en realidad creo que desde que me mudé a este piso, hace un par de años.

- Cuéntanos cómo era ella.

- Pues..., la verdad es que apenas había relación, yo...

- ¿No era una señora amable y cariñosa?

- Sí, sí, muy cariñosa.

- Y pacífica.

- Sí, muy pacífica, sobre todo pacífica.

- ¿Cómo eran vuestras relaciones?

- Bueno, pues unas relaciones normales, lo usual entre vecinos...

- Jose Luis, algunos vecinos nos han contado que en algunas ocasiones hubo ciertos pro\-ble\-mas entre vosotros, pequeños enfrentamientos.

- ¿Enfrentamientos?, ¿qué clase de enfrentamientos?

- Bueno - dijo ella alargando la ``o'' final como si una gran amenaza se cirniera sobre mí - Felicitación era una señora que amaba la tranquilidad y muchos días no pudo dormir debido al volumen de tu aparato de radio y de televisión. ¿Es cierto eso?

Yo me quedé sin habla unos segundos. Apenas recordaba aquellos días sobre los que se me preguntaba. Sentí como la presentadora y la cámara me observaban expectantes. Por suerte en pocos segundos noté que ciertas palabras de justificación empezaban a pedir paso a través de mi garganta.

- Sí, bueno, en muy raros casos tuvimos unas palabras diciéndome que bajase la radio y...

- ¿No es verdad - me interrumpió ella - que Felicitación, una señora educada y amable como ya saben nuestros telespectadores se vio obligada a subir a tu piso a altas horas de la madrugada para decirte que por favor bajases el volumen de la radio?

En ese momento yo intenté matizar que en realidad no fueron ``altas horas de la madrugada'' y que además no hubo ningún ``por favor'' pero ella volvió a interrumpirme con su decisiva voz almibarada y televisiva.

- Veamos el testimonio de una de las vecinas de Jose Luis y Felicitación sobre lo ocurrido uno de aquellos días.

Dicho esto en el monitor que frente a nosotros se encontraba apareció una de mis vecinas con su redonda cara llenando la pantalla y explicando de forma vehemente y gritona como la pobre Felicitación no podía dormir por culpa del golfo que vivía encima. Si aquello hubiese sido una película de gansters estaba ya claro quien era el malo. Yo, pobre de reflejos y falto de reacciones como pocos me descubrí mudo y entregado, y esperé inocente la siguiente bofetada.

- Jose Luis - continuó ella mirándome como si fuese un maniquí de entrenamiento para presentadores - ¿Qué fue lo que ocurrió entre Felicitación y tú el pasado día 24, es decir, cuatro días antes de su suicidio?

De nuevo quedé paralizado. La pregunta se repitió retumbando en mi cerebro: ``¿Qué fue lo que ocurrió entre Felicitación y tú el pasado día 24, es decir, cuatro días antes de su suicidio?''. Revolví con prisas mis pensamientos como si fuesen papeles viejos intentando recordar algún detalle antes de que fuese demasiado tarde. Carmen Guerrero me observaba mirando de reojo detrás de mí. Al final hizo una seña al realizador y otra de mis vecinas, en este caso la portera de la finca, fregona en ristre y toda orgullosa de salir en televisión, apareció en el monitor para relatar con gran dramatismo como yo el mencionado día reprendí, increpé y hasta insulté a la pobre anciana por no haber podido evitar que uno de los pequeños gatitos que ella criaba hiciese sus necesidades en no mejor sitio que delante de mi puerta. Mientras observaba los gestos aéreos y la cuidada escenificación de la portera sólo pude lamentarme de que en aquellos días no hubiese ocurrido un asesinato sangriento, una violación múltiple, un secuestro misterioso, una violación con homicidio, una desaparición combinada con secuestro, combinada con asesinato, o con ambas cosas a un tiempo, o quizás mejor que una virgen hubiese llorado sangre, o algún labrador hubiera divisado un OVNI, cualquier cosa con tal de que no hubiese sido necesario que nadie se acordase de mí y de mi difunta vecina. Una vez la portera convertida en improvisada testigo de cargo desapareció de la pantalla, Carmen Guerrero, después de un calculado silencio, se volvió hacia mí.

- Jose Luis, ¿no sentiste en aquellos momentos compasión por una anciana cuya única compañía era la de unos pequeños gatitos que ella cuidaba y alimentaba?, ¿no eras consciente entonces del daño que le hacías con tu actitud hacia un hecho tan nimio e inofensivo?

Abobado e incapaz de aportar de aportar alguna palabra a aquellas frases retóricas tan redondamente construidas, contemplé y escuché como después de novelar con gran imaginación el efecto que mi bronca produjo sobre Doña Felicitación González, la inmensa depresión en la que se vio sumida, la inacabable soledad en la que se encontraba y la angustiosa ausencia de personas queridas, Carmen Guerrero, con el gesto encogido y mirando fijamente a la cámara, y cuando ya estaba a punto de producirse el suicidio, dio paso a la publicidad.

La musiquita insulsa de su programa llenó de nuevo el salón y yo, liberado de la omnipresencia agobiante del directo me levanté como un resorte con la boca llena de todas las palabras que antes no pude encontrar.

- ¿Qué significa ésto?, viene usted a mi casa sin ni siquiera pedirme permiso, me llena el salón de cámaras y luego monta una novela a mi costa. ¿Cuánto va a durar ésto?, ¿es que se cree que le voy a seguir el juego hasta el final?

Ella me miraba simulando tener la mente ocupada y sin decir nada.

- Además yo no fabrico armas. Soy espectroscopista.

Dicho esto me encerré en el cuarto de baño donde intenté buscar unos instantes de tranquilidad. Sin embargo pronto el realizador comenzó a aporrear la puerta.

- ¡Dese prisa que entramos en el aire!

- ¡Ya voy, joder!

De nuevo me ví sentado frente a frente con la locutora. Cuando escuché por tercera vez la musi\-quita insulsa que alguien con pésimo gusto eligió de sintonía tragué saliva. Había bastado medio programa de televisión para sentirme aterrorizado ante el directo. Carmen Guerrero volvió a cruzar sus piernas y a mirar con su sonrisa el objetivo de la cámara. Mientras tanto yo me agarré despavorido a los brazos del sillón.

- Bien, seguimos con nuestro invitado de hoy, Jose Luis, vecino de la tristemente fallecida Felicitación González.

Jose Luis, ¿hubo en alguna otra ocasión un enfretamiento similar con Felicitación, alguna discusión, algún problema, algún roce?

- Salvo el desafortunado incidente ya... comentado - mi falta de temple me hizo reconocer si no estaba ya del todo clara mi culpabilidad - no, ninguno, que yo recuerde.

- ¿Tampoco después del desafortunado incidente que dices?

- Creo que... no

- Evidentemente no pudo haberlo, puesto que no la volviste a ver.

Debí ponerme blanco. Tenía razón. Me había tendido una trampa y yo había caído en ella inocentemente. La rabia me hizo agitarme nervioso en el asiento.

- Jose Luis - ella modificó su postura con un estudiado movimiento - yo querría preguntarte si con tu madre habrías actuado de una forma similar.

- Hace ya bastante tiempo que no vivo con mis padres - contesté con brusquedad.

- ¿Támbien te han abandonado?

- No, no me han abandonado, están jubilados y viven en Cabezuela del Valle desde hace siete años.

- Ah, ¿eres extremeño?

- Si, soy extremeño, ¿es que hay algo malo en ser extremeño?

Ni siquiera me contestó. Se volvió hacia la cámara en cuya presencia se encontraba tan cómoda, ese instrumento demoníaco que manejaba como un prestidigitador, seduciéndolo y amándolo, tanto a él como a los que se encontraban dentro de él, observándonos con la boca abierta, prestos a creerlo todo.

Ya todo empeoró desde ese momento. Mi torpe defensa acerca de mi condición de extremeño sólo fue el principio. Más vecinos desfilaron delante de las cámaras. La pintora del tercero izquierda, una mujer desequilibrada pero que resultaba simpática en la pantalla, los hijos de los del segundo, que con clásica inocencia infantil repitieron casi lo mismo que se les preguntó, el presidente de la comunidad, que dio la imprescindible opinión oficial, y hasta el abuelo de la familia que vivía enfrente de la portería, un señor mayor que aunque sólo fuese por puro sentido corporativo entre jubilados se unió al linchamiento general y se puso de parte de la difunta. Todos alimentados por la sensación del suceso, la presencia de periodistas, el éxtasis del protagonismo, y ese sentimiento que hace que cualquier persona desde el momento que muere es por definición buena y santa.

Con los focos cegándome los ojos mi interrogatorio continuó y a cada pregunta mi veredicto de culpabilidad iba cobrando cada vez más fuerza. Yo era definitivamente culpable. Culpable de no dejarla dormir, de haberla gritado, de no interesarme después, de no pedir perdón, de no ir tras ella con mis excusas, de no haberme percatado que era un ser humano como mi madre, de no haber pensado que se podía suicidar, de no haber llegado a tiempo, de no haber cerrado el gas, de no haber avisado al asistente social. Poco a poco me fui hundiendo en el asiento aplastado por el directo, no sabía lo que decía, era un juguete en manos de la locutora. Miré aterrado el objetivo de la cámara y vi a millones de personas observándome, ancianas con lágrimas en los ojos que miraban con indignación aquel depravado extremeño y fabricante de pistolas láser, maridos en alpargatas que se quejaban de lo mal que está el país, amas de casa que blandían con saña un tenedor, los niños que llamaban a gritos a sus madres, ``¡mira mamá, una asesino de viejas!''. Yo ya no controlaba los propios gestos de mi cara por que ya no me pertenecían a mí, eran ya patrimonio de la audiencia, yo ya era mi propio retrato-robot, giré mi cabeza para que me viesen de perfil, terminé creyendo en mi propia perversidad.

- Jose Luis - Carmen Guerrero se dirigió por última vez hacia mí - ¿Has pensado que puedes ser acusado de ``inducción al suicidio''?, ¿te has dado cuenta de que puedes terminar en la cárcel?

Un escalofrío me recorrió la espalda. Las manos me temblaban y mis ojos empezaron a parpadear nerviosos. No pude decir nada. Bajé mi cabeza y la escondí entre mis manos. Mientras sollozaba noté el cosquilleo de la cámara en mi nuca. Ella guardó un silencio tétrico.

- Bien señores telespectadores, sirva este conmovedor testimonio de arrepentimiento para dar un toque de atención sobre la situación de tantos y tantos ancianos que a lo largo de toda la geografía española viven solos y abandonados de sus familiares, personas mayores que muchas veces sólo necesitan de una palabra amiga, o un trato amable para seguir viviendo. Tengamos pues siempre presente la triste experiencia de Felicitación para que de ahora en adelante, todas las personas mayores que cerca de nosotros viven sean un poquito más tenidas en cuenta, un poquito más queridas por todos nosotros.

Nada más. Les dejamos con la película. La próxima semana un capítulo más de ``Las cosas de la vida''. No falten a la cita. Hasta entonces buenas noches a todos amigos.

La musiquita insulsa volvió a escucharse de nuevo. Carmen Guerrero se levántó rápidamente del sillón y comenzó a moverse agitadamente de un lado a otro.

- ¡Fantástico, fabuloso!, ha quedado genial. Seguro que esta semana batimos el récord de "share". Quien lo iba de decir de asunto tan poco atractivo en principio.

Entonces se dignó a mirarme. Una sonrisa se le dibujó en la cara.

- Venga chaval, no te pongas así, tómatelo como una broma.

La rabia se me agolpó a borbotones en la cara. Salí disparado hacia ella con mis manos medio metro delante de mí. Mientras la estrangulaba la escuché decir entrecortadamente: ``La cámara... argl, ...la cámara, ¡conectad la cámara!''.

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En estos momentos me encuentro en la celda número treinta y cinco de la cárcel de Aranjuez. Cumplo una condena de cinco años por el asesinato de la presentadora de televisión Carmen Guerrero. Sin embargo no me quejo. Mi abogado a pesar de ser de oficio ha hecho un buen trabajo. Aunque el crimen se encontraba grabado en video (de hecho además de servir de prueba en el juicio fue utilizado con éxito para incrementar espectacularmente los índices de audiencia de su cadena de televisión) mi defensor consiguió alegar con gran fundamento Enajenación Mental Transitoria. A favor de esta tesis el tribunal tuvo en cuenta las frases que se encontraban grabadas: ``te vas a tragar la cámara, cerda'' o ``aquí tienes el crimen de tu vida'', así como mis gestos después del crimen arrodillado y haciendo reverencias frente a la cámara pidiendo perdón. Soy muy popular en la cárcel, me conocen por varios y cariñosos motes como ``El loco del plató'' o ``Asesino nato'' y gozo de gran fama también en el exterior. Ya me han hecho varias entrevistas (esta vez no hubo muertos) y voy a grabar un disco. He abandonado la espectroscopía. Ahora me voy a dedicar al cine. Ya me han ofrecido un papel en una película. Soy feliz. La televisión ha cambiado mi vida.