UN DESASTRE DE COMUNIDAD

Juan Antonio Anta

4 de Mayo de 1995

La Comunidad de Propietarios anda por estos tiempos un poco revuelta. Los problemas se acumulan, las cuentas no salen y las averías aumentan día tras día. Nunca ha sido una finca con suerte, a mitad de camino entre el gueto y el barrio residencial. Ya desde los tiempos en que Don Paco era presidente, un señor bajito y calvo de modales autoritarios y que llevaba la administración con media vecindad en su contra y la otra media haciéndole los honores, la comunidad se ha distinguido siempre por la chapuza y el despilfarro, aunque, eso sí, de vez en cuando se ha hecho alguna que otra obrita que ha resultado útil y hasta curiosa. De Don Paco no voy a decir como llegó a presidente de la comunidad pero sí que él solía comentar con el brazo alzado y la tez erguida que era el jefe de la finca por la gracia de Dios lo cual, por referirse a una simple asociación de propiedad vertical, no deja de tener cierta coña. Lo cierto es que a Don Paco hoy en día se le recuerda mayormente por haber mandado construir los depósitos de agua de la azotea así como la bomba hidráulica que aún funciona en el cuarto de luces, dos equipamientos de gran utilidad sobre todo últimamente en que al Ayuntamiento le da por cortar el agua o bajar la presión de las cañerías.

Cuando Don Paco murió vino un periodo de confusión y cierta liberalización en la organización de la finca. Por ejemplo se dejó que la gente votase en las juntas de vecinos y hasta se puso un buzón en el vestíbulo para depositar sugerencias. Al principio hubo cierta resitencia por parte de los incondicionales de Don Paco pero poco a poco la gente se fue acostumbrando a las nuevas normas por que era lo moderno, lo que se hacía en otras comunidades y además a los vecinos les gustaba aquello de participar en la gestión del inmueble. No faltaron los que dijeron que con Don Paco se pagaba menos de comunidad, que el portal estaba más limpio y que era posible pasearse por el jardín sin peligro de encontrarse a una pareja dándose el lote sobre la hierba. Sin embargo al final se impuso la modernidad y el nuevo presidente, un señor estirado de nariz afilada y con trazas de guaperas, se encargó de llevar a la comunidad por la vía de los nuevos tiempos. Don Adolfo, que así se llamaba el nuevo líder, pronto se tuvo que enfrentar con el problema de las viviendas del ático y de la azotea. Los vecinos de estos pisos reclamaban la segregación del resto de la comunidad y hasta pedían nombrar un presidente para ellos sólos. Aducían para ello el hecho diferencial que representaban sus pisos, con el techo más bajo que el resto y una distribución distinta de las habitaciones. Aunque la mayoría de los que allí vivían se limitaban a vocear en las juntas y pegar carteles en la puerta de la calle clamando por sus derechos, algunos de sus hijos, más jóvenes y radicales, decidieron pasar a la acción y amparados por la noche o la hora de la siesta se dedicaron a romper ventanas, arrancar plantas del jardín y hasta poner petardos en el ascensor para susto de muchos de los vecinos. Raras veces era posible descubrirlos y pronto se convirtieron en el problema número uno de la comunidad. Para colmo los dineros de la administración empezaron a escasear, los recibos mensuales se pusieron por la nubes, y cada dos por tres una tubería se rompía destrozando la pintura de algún vecino colérico que pronto reclamaba a voces una indemnización. A Don Adolfo, a pesar de su buena voluntad, poco a poco se le fueron los papeles de las manos y agobiado por tanto imprevisto renunció al cargo y se marchó a vivir tranquilamente de sus conocimientos en leyes.

Tras un pequeño paréntesis en el que el segundo de Don Adolfo se hizo cargo como pudo de las riendas de la comunidad, llegó a presidente un joven acelerado, con mucha labia y ganas de cambiarlo todo. Se había hecho rápidamente muy simpático entre la vecindad, especialmente entre los habitantes de la parte baja del edificio, los de los pisos pequeños y con el suelo de parqué en lugar de porcelana. Se llamaba Gonzalo, aunque en cuanto consiguió ser presidente aceptó sin reservas el tratamiento de ``Don'' como los que le antecedieron en el cargo. Comenzó con muchas ganas, amparado en su don de gentes y en la fe de muchos que pensaban que con él iban a cambiar las cosas y que la finca no quedaría convertida en un solar en pocos años. Hizo cosas grandiosas, de las que todavía hoy presume, como inscribir el inmueble en la Mancomunidad Económica de la calle, algo que muchos deseaban porque así se descubrían más importantes, como si fuesen miembros de un Club de Golf o algo así, y ordenó construir un ascensor ultrarápido que salió un poco caro pero que incorporaba la última tecnología en ascensores. Bien es cierto que sólo llegaba hasta el piso octavo, (no había dinero para más) pero a la gente le gustó de nuevo ese detalle de modernidad y la mayoría hacía grandes alabanzas a Don Gonzalo en las juntas de vecinos y en las conversaciones de portal. También al principio tuvo problemas con los alborotadores del ático, más activos que nunca con sus petardos en el vestíbulo e incluso intentando sabotear el nuevo ascensor, pero poco a poco se consiguió atraer a los representantes moderados de la segregación, les dejó participar en las decisiones de la junta de vecinos y hasta les permitió que contratasen por su cuenta una señora de la limpieza para su parte de la escalera. El caso es que salvo los nostálgicos de Don Paco, Don Gonzalo era bastante popular entre los vecinos, ya sea por lo que hacía o por lo que decía y parecía incluso que la comunidad se iba a convertir en una de las más prósperas de la calle a pesar de que la mayoría de las viviendas de los primeros pisos seguían teniendo el suelo de parqué.

Sin embargo a medida que Don Gonzalo se perpetuaba al mando de la Comunidad, las cosas se le empezaron a torcer. Pronto se descubrió que algunos de sus colaboradores se habían llevado a la chita callando dineros de la administración, y aunque muchos no lo quisieron creer lo cierto es que algunos de los incondicionales de Don Gonzalo comenzaron a sustituir sus suelos de parqué por otros de porcelana de la mejor calidad, para envidia y escándalo de muchos vecinos. El lo negó todo y fingió no saber nada pero forzado por el clamor de muchos propietarios el administrador se tuvo que poner a investigar que había pasado y pronto descubrió muchos agujeros misteriosos por donde se escapaban los fondos de la finca. Incluso presentó una denuncia contra uno de los favorecidos pero éste se fugó con el dinero y el suceso se convirtió en comidilla de vecinos en conversaciones de escalera, y diálogos a voces en el patio. El fugado apareció al final de una forma un tanto misteriosa y mientras todo el mundo le ponía en la picota, poco a poco se fueron descubriendo más desaguisados y asuntos turbios que hacían poner el grito en el cielo a los vecinos. Don Gonzalo intentó quedar al margen, se retiró a su piso del octavo y allí permanece la mayoría del tiempo, sólo asistiendo a las juntas o visitando a los presidentes de otras Comunidades, una afición largamente practicada por él. Los que le encuentran alguna vez en la escalera dicen que está abstraído, un poco lunático, con ojeras de sabio vanidoso y como queriendo hacerse pasar por monumento. El caso es que por estos días la gente está inquieta, un tanto susceptible, resabiada y con muchas ganas de que se convoque Junta General Extraordinaria.