FERMÍN LOZANO CÉSPEDES, GORDO Y VORAZ PERSONAJE

Juan Antonio Anta

30 de Mayo de 1995

Fermín Lozano Céspedes, gordo y voraz personaje, fue un político de indudable éxito y suculentas maneras que terminó, cuando estaba en el cénit de su carrera, en paradero desconocido, según la versión policial y popular, y su fulgurante figura desapareció de súbito de la escena política devorada por el insaciable estómago de la historia. Tenía el pelo castaño y rizado, como un plato de "spagetti", y un aliento a puchero y medicina que brotaba como un torrente de sus profundas fauces. Fermín llegó muy joven a alcalde de su pueblo y pronto consiguió que sus paisanos guisaran el cocido más grande de la comarca, con cuarenta mil kilos de garbanzos y otros ocho mil entre chorizo y tocino, y conmemoró la gesta con un grandioso monumento que se erigió en medio de la plaza, en el que lo que más destacaba era su mundial barriga, símbolo de pueblo {\em gourmet} y bien alimentado. En su pequeño y querido pueblo fue donde conoció a María, su novia más fiel, con la que nunca se casó, y a su amigo Tomás, un abogadillo fino como un espárrago y listo como un águila. Tomás fue quien le convenció, delante de una humeante fabada, para que se presentase a las Generales.

- Fermín, tu tienes "carisma", pasa del partido y preséntate a presidente.

- No, Tomás, que yo quiero mucho a mi pueblo.

- Pues por eso, harás mucho por él y por todo el país.

- Tú lo que quieres es medrar a mi costa, Tomás.

- Que no Fermín, que no. Tú preséntate a presidente y yo te digo que ganas las elecciones.

Al final Fermín Lozano Céspedes consintió en ser candidato y empezó a recorrer el país dando mítines. Asesorado por su calculador Tomás, su director de campaña, pronto estuvo entre los favoritos en las encuestas. En todos los mítines decía:

- ... y yo os prometo que cuando llege a presidente, comeré todos los días del chorizo de mi tierra, que es el mejor del mundo, y así nunca olvidaré que soy un hombre del pueblo, como vosotros, y jamás os defraudaré.

Y entonces la multitud gritaba enfervorecida ``¡Presidente!, ¡Presidente!'', y a todo el mundo le entraba un hambre tremenda y asaltaba las casetas y agotaba las reservas de bocadillos, especialmente de chorizo. Cuando se celebraron las votaciones, Fermín arrasó, y su partido creció como un bizcocho y se convirtió en el más grande de todo el orbe por número de afiliados. Fermín tomó posesión del puesto con un bocadillo de chorizo en la mano y juró La Constitución con las manos grasientas y los carrillos inflados, y todo el mundo alabó mucho su gesto innovador y revolucionario.

Los primeros días de gobierno fueron un paseo militar para Fermín, su partido era con diferencia el más popular y toda la prensa aplaudía a rabiar las decisiones de su gabinete. Como prometió, comía chorizo todos los días, especialmente delante de las cámaras de televisión, y lucía con orgullo su inflado estómago de estadista. Entre sus mayores logros se encuentra la creación del Ministerio de Gastronomía con el que dio respuesta a la marea social que le llevó a presidente. Por entonces ya no se comían ni ostras ni angulas, la gente opinaba que eso era carca y reaccionario. Para ellos la revolución era comer cinta de lomo y tortilla de patata, pan de pueblo y sardinas asadas, morcilla y sobre todo chorizo,

Con su amigo y confesor Tomás, al que dió la cartera de Exteriores, intentó exportar su doctrina por el mundo y tanto el presidente de la República Francesa, como la Reina de Inglaterra y el canciller Alemán probaron el chorizo de su pueblo, y todos hicieron un ``¡ummmmmm...!'' fuera de protocolo delante de los periodistas demostrando cuánto les gustaba aquel chorizo rural y proletario. A Fermín pronto le empezó a gustar el sabor del poder y poco a poco se fue apechugando en su sillón, mientras comía y comía, y a medida que pasaban los años sus carnes globosas fueron adquiriendo la forma de su asiento y cada vez le costaba más levantarse. Con el paso del tiempo, Fermín fue dejando los asuntos de estado a Tomás, y éste los dirigía astuta y diligentemente del mismo modo que antes en el pueblo Tomás guisaba los platos y Fermín los servía con su sonrisa de vendedor de ilusiones, algo para lo que Tomás definitivamente no valía. Mientras el abogado metido a político Tomás llevaba las riendas del gobierno, Fermín empezó a cansarse de tanto chorizo y morcilla, y poco a poco fue descubriendo las excelencias de la buena mesa y relegó el chorizo al aperitivo, que hacía le trajesen ya cortado y con palillos, para no mancharse las manos. Cuando llevaba ya varios años en el puesto, y su popularidad como todas las cosas en política se había estancado, su antigua novia, María, pidió audiencia y le vino a visitar a su despacho. Fermín tenía los pies sobre la mesa y no se le veía la cara, eclipsada por su redonda barriga. María, una mujer madura, pero todavía fresca y hermosa como una manzana, venía con un niño de la mano, que torpe y azarado observaba al presidente.

- ¿Qué quieres María?, y ¿quién es ese niño que viene contigo?

- Es tu hijo, Fermín, hace mucho tiempo que no nos vemos, desde que te metiste en política y te olvidaste de todo el amor que juntos tuvimos.

El mandatario observó a su hijo con cansancio. Tenía la cara rosada, como la mortadela, y sus dos manitas eran tan pequeñas y blancas que parecían dos quesitos.

- Volveros al pueblo, María, yo me debo a mi país.

- Pero Fermín, por dios, vengo a pedirte ayuda, no tenemos que comer.

- Yo no puedo ayudaros, se enteraría la prensa y me acusarán de nepotismo.

- ¿Y que es eso, Fermín?, no te entiendo, !nos dejas en la indigencia!

- No puedo hacer nada, vete pronto María.

- !Dame una dirección general, Fermín, por el amor que hace tiempo tuvimos!

Y al final Fermín se convenció a regañadientes y ordenó a Tomás que nombrase a María Directora de Comercio Exterior, algo para lo que no había que saber mucho. Tomás no pudo negarse, ya que tenía a todos sus primos colocados en la administración y llevó a cabo el nombramiento, pero los periodistas, hambrientos de noticias, pronto se enteraron y dieron publicidad al asunto, para desastre de Fermín y todo su gobierno. La mayoría de la gente acusó entonces al presidente de bestia parda y ladrón, y su otrora indestructible popularidad cayó por los suelos. Fermín trató de levantar su imagen comiendo más chorizo que nunca, y cantando a los cuatro vientos que seguía siendo el de siempre, un representante del pueblo castizo y de buen apetito, pero ya no le sirvió de nada, y poco a poco tanto chorizo empezó a sentarle mal y a crearle alergia, y los ojos se le pusieron colorados como tomates.

Un día su lugarteniente Tomás entró a su despacho y no le vio. Comenzó a buscar por todo el cuarto y lo único que descubrió fue un enorme embutido, un chorizo descomunal en su asiento. Parecía estar jugoso, como recién hecho, y olía a pimienta y tomillo que alimentaba. A Tomás le empezó a entrar hambre y cogió el chorizo entre las manos. Después buscó una rebanada de pan y se lo comió a rodajas entre miga y miga, que es como mejor sabe.