EL AIRE

Juan Antonio Anta

16 de Septiembre de 1995

El día que Maximino murió hubo que abrir las ventanas de su casa para que entrase el aire. Su hermana Remedios lo había encontrado sentado en el retrete, con la cabeza caída entre las piernas y un esputo negro manchándole los labios. Tenía la camisa desabrochada y los pantalones bajados hasta los pies. Cuando su hermana llegó, un desagradable hedor brotaba del cuarto de baño, impregnaba las paredes y se extendía por toda la casa.

El médico apareció pronto. Remedios había llevado a Maximino hasta su cama y le había limpiado con algodón los labios y la cara. El médico le abrió los ojos y firmó el certificado de defunción con un trazo seco. Ella recogió el papel y lo acompañó hasta la puerta. Después de despedir al médico, se encaminó hacia el salón y llamó por teléfono a su marido.

Remedios era la única hermana de Maximino. Habían vivido los dos solos en aquella casa desde que murió su madre y hasta que Remedios se casó. Desde entonces ella venía casi todos los días a ver a su hermano, enfermo y ya entrado en años, para prepararle la comida y limpiar la casa. De tarde en tarde venía también su marido, así como los dos hijos de ambos, que pasaban la tarde jugando con su tío a las cartas y viendo la televisión.

Después de llamar por teléfono, Remedios fué al cuarto de baño y abrió con un gancho la trampilla que daba al patio. A continuación abrió la ventana de la cocina, que daba también al mismo patio, y preparó un cubo de agua con jabón y una fregona. Después se acordó del salón y caminó hacia él para abrir la ventana que daba a la calle. El sonido del tráfico penetró en la casa mientras arreglaba los cojines del sofá y recogía un vaso grasiento de encima de la mesa.

Cuando empezaba a fregar el suelo del aseo, sonó el timbre. Era la vecina del piso de enfrente. Había visto venir al médico y quería saber que pasaba. La mujer recibió la noticia de la muerte de Maximino con una artificial expresión de disgusto y pidió permiso para pasar a la habitación. Remedios asintió mientras aprovechaba para dejar la puerta entreabierta y permitir que corriese más el aire.

Remedios charló un rato con la mujer y poco después se excusó para seguir con la limpieza del baño. Después de ofrecer su ayuda para lo que necesitase la vecina se santiguó y dejó la casa en silencio.

Hasta que llegó su marido, Remedios se encargó de dejar bien limpio el retrete y la bañera. Con un estropajo empapado en detergente restregó la superficie del inodoro repetidamente y aclaró posteriormente con una bayeta. Después de echar desinfectante, pasó la bayeta por la bañera y el lavabo y dió un ultimo repaso al suelo con la fregona.

Al salir del cuarto de baño descubrió a su marido que dejaba su chaqueta sobre la cómoda de la habitación. Había visto la puerta abierta y por eso no había llamado al timbre. Ella lo reprendió por haberse traído al mayor de sus hijos. Tenía 10 años y se encontraba de pie y perplejo observando el cadáver de su tío. Su madre lo cogió de los hombros y le ordenó irse al salón. El niño caminó silencioso hacia el pasillo y se sentó en el sofá del salón con los brazos cruzados. Su padre lo siguió poco después y encendió la televisión.

Remedios continuó barriendo la cocina y pasando una gamuza por la encimera. Encendió el calentador y fregó los últimos platos usados por su hermano. Su marido vino a por un vaso de agua cuando unas mujeres pidieron permiso para entrar desde la puerta. Era la misma mujer de antes acompañada de otras dos vecinas. Las mujeres dieron el pésame al matrimonio y pasaron a la habitación de Maximino. Después de acomodarse en unas sillas delante de la cama, una de ellas comenzó a rezar.

Poco a poco más vecinos llegaron a la casa. Con expresión ignota la hermana de Maximino los conducía a la habitación y ordenaba a su marido que trajese más sillas del salón. Los últimos visitantes permanecieron de pie, mientras un ambiente de rezos y murmullos comenzó a llenar la casa. Algunos niños llegaron más tarde y comenzarón a introducirse llenos de curiosidad entre las piernas de sus mayores para observar la cama en la que se encontraba el cadáver de Maximino. Mientras tanto, el marido de Remedios charlaba con alguno de los presentes, apoyado sobre la pared.

Remedios comenzó a buscar en los armarios una muda limpia para Maximino, así como una camisa y unos pantalones. Con la ropa entre las manos se dirigió hacia la cama y una mujer se ofreció para ayudarla. Tras pidir a los presentes que saliesen, las dos mujeres desnudaron el cadáver y metieron las ropas en una bolsa de plástico. Remedios le pasó una esponja mojada por todo el cuerpo, dándole la vuelta y moviendo sus brazos yertos de un lado a otro. Finalmente le pusieron la ropa limpia y arreglaron la cama. Después los invitados entraron a observar la imagen con la que el cadáver recibiría a los empleados del tanatorio. Hubo un inicio de sollozos entre las mujeres cuando observaron el cuerpo inmóvil sobre la cama y pronto se reaunudaron las plegarias. Mientras tanto, sus maridos charlaban y los niños correteaban por el pasillo.

Al rato sonó el timbre del portal y Remedios corrió a abrir. Se escucharon repetidamente golpes por la escalera hasta que los empleados del tanatorio aparecieron en la casa transportando un ataúd de madera sin barnizar. Los invitados callaron de súbito y se apartaron respetuosos al paso de la caja y los dos funcionarios. Los niños dejaron de jugar y se agolparon en la puerta de la habitación. En pocos instantes Maximino se encontraba dentro del ataúd y los empleados lo levantaron en vilo y lo llevaron hasta la puerta. Remedios se apresuró a abrirla mientras todo el mundo observaba en silencio la escena. Los empleados del tanatorio no pudieron evitar golpear varias veces la caja en la paredes y en la varandilla de las empinadas escaleras. Al final el ataúd desapareció sin ruidos en el vestíbulo.

Los invitados repitieron sus pésames y fueron despidiéndose poco a poco. El marido de Remedios se aproximó a ella y la conminó a volver pronto a casa ya que se acercaba la hora de comer. Poco después tomó a su hijo de la mano y desapareció por la puerta, con lo que su mujer volvió a quedarse sola en el piso. Ésta se introdujo en la habitación donde había estado el cadáver de su hermano y aún pasó allí media hora limpiando y arreglando la cama. Cuando salió de nuevo al pasillo comprobó que todavía se percibía el olor a vómito que había descubierto al llegar por la mañana y decidió dejar abiertas de par en par todas las ventanas del piso. Después miró el reloj y tomó la chaqueta y el bolso que había dejado en la cocina. Cuando se encontraba frente a la puerta echó un vistazo por última vez a la habitación de Maximino y salió al portal con las llaves en la mano. Cerró la puerta con cuatro vueltas del cerrojo y comenzó a bajar las escaleras de madera con el mismo cuidado de siempre.